Escuela

Un lugar de encuentro para todos los que pasaron por esta maravillosa Institución. Pueden mandar fotos de su paso por la escuela tanto de los talleres como sus obras, mediante el formulario de contacto.

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miércoles

Una Escuela de París revive en el Balneario



A imagen de la que existía en la capital de Francia, una Escuela Superior de Arte ofrece un grato refugio a los estudiosos.





¿Es un hogar de artistas?  ¿Una academia? ¿Un club? No, pero tiene algo de estas tres condiciones, constituyendo un establecimiento oficial de perfiles propios y originales en nuestra metrópoli. En un ángulo propicio del Balneario Municipal, escondido en el paisaje, tan cerca del río que se oye romper sus olas, se levanta la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova. Es un puñado de aulas cúbicas, como dados, arrojados a los jardines con tal arquitectónico capricho que sus habitantes se acomodan lo más cerca de la naturaleza, lejos de las trabas de la ciudad. Es una escuela-atelier, para aprender y crear, y donde el ambiente es fuente de estímulo para el trabajo inspirado del eterno estudiante que es el verdadero artista.
Es ésta una escuela de especialización, a la que concurren los egresados de los institutos de cultura artística, autodidactos, que han demostrado sus valores por sus obras expuestas, y los artistas que buscan el contacto espiritual de su prójimo en el taller mismo de labor. —Aquí el artista encuentra en su propia comunidad, la libertad que necesita para la creación de sus obras... —nos dice el director, de la Escuela.
Los alumnos no reciben promociones ni títulos nuevos; no hay exámenes ni exigencia de concurrir rigurosamente a las clases. El único premio es el propio aprendizaje, el progreso y la evolución ganada. Es ésta una escuela desinteresada, con algo de hogar, de academia y de club. . .
Una línea de árboles circunda el instituto. Atravesamos loa jardines y nos introducimos en el aula de pintura. Es un atelier. El modelo ubicado en su tarima y los pintores en el ángulo que han preferido. Los alumnos son artistas que tienen ya su manera personal, su estilo, y que allí nadie se atrevería a observar. Ya no es la academia que impone sus cánones, sino que ahora cada uno debe encontrar sus propias posibilidades. Entre los alumnos hay algunos que han expuesto individualmente en las galerías de la calle Florida o han sido distinguidos con premios en los Salones.
Aquí sienten estimulado su trabajo, superan su técnica y el ambiente los tonifica espiritualmente. Hay, como se comprenderá, un profesor. ¿“Profesor”? “Primus ínter pares”. Sólo se considera el primero entre sus iguales. Y ofrece generosamente el consejo de su experiencia magistral. En este caso es Enrique de Larrañaga, uno de nuestros pintores más delicados. — ¿Maestro yo? — nos dice —. ¡No! Pinto con ellos, que son mis amigos. . .
Así, en un ambiente de camaradería se expresan pareceres e impresiones, contribuyendo a un intercambio cultural, beneficioso para el artista que vive el combate de afirmar su estilo, comprobando de inmediato los efectos de su paleta en el espectador. Y el modelo, uno y el mismo, se repite en las numerosas telas, de las más distintas maneras, reflejado en cada una de ellas por una sensibilidad distinta y personal.
El curso sobre teatro es uno de los más concurridos. Acuden allí pintores, escultores y decoradores, demostrando un interés inusitado por las realizaciones plásticas del escenario. Cada uno de ellos aspira a encontrar una forma de aplicar sus aptitudes. El curso abarca el conocimiento integral de la escena, desde el estudio de las obras del repertorio universal, incluyendo naturalmente las de nuestros autores vernáculos, hasta su representación misma; y no se trata de hacer sólo las escenografías sino de aprender a iluminar, maquillar a los intérpretes, y también a salir a escena a decir los papeles. Los profesores son hombres versados en todos los secretos técnicos de las bambalinas; los escenógrafos Rodolfo Franco y Vanarelli y el director Cunill Cabanellas. El aula posee un pequeño escenario donde los alumnos ven en la misma realidad concretados sus proyectos, donde también ellos mismos, convertidos en actores, representan fragmentos de obras. Serán después hábiles escenógrafos, con un sentido moderno y especia­lizado del teatro, maquilladores que colaboran con la expresión fisonómica. Iluminadores ori­ginales, directores de escena. El aula es taller, teatro, escuela y una larga línea de “maquettes” expuestas habla de la la­bor cumplida, donde puede admirarse las bellas realizaciones de “El amor bajo los olmos”, de Eugenio O’Neill; “Anfissa”, de Andreieff; “Hamlet”, de Shakespeare, y “Martín Fierro”, en versión teatral. Todo este caudal téc­nico de artistas especializados no puede ser desdeñado por nuestro teatro que necesita, hoy más que nunca, de tan preciosa colabora­ción. No creemos tampoco que tanto trabajo sea en vano, pues nuestros sets necesitan de profesionales que además de su capacidad tienen también inspiración. Un artista de las más finas condiciones dirige la Escuela Superior de Bellas Artes Er­nesto de la Cárcova: es el pintor Alfredo Guido. El nos guía en nuestra visita y pasa­mos de un aula a otra, a través de los jardines. Conocemos así el taller de escultura, donde cinco modelos vivos — cuatro mujeres v un hombre — ofrecen al creador una variedad de poses. El trabajo es intenso y algunos esculto­res preparan allí las obras que enviarán al pró­ximo Salón Nacional de Primavera. El grabado cuenta con el concurso de dos buenos artistas: Bellocq y Castaño, y de todos los implementos técnicos. El año pasado fue visitado por un artista norteamericano, que se hallaba de vacaciones en Buenos Aires. Su impresión fue tan óptima que se inscribió como  alumno, pues deseaba aprender una técnica, de la especialidad, que desconocía. Con la me­jor colaboración de sus colegas argentinos el artista yanqui cumplió allí su cursillo y apren­dió lo que quiso. En los círculos artísticos de su país no se desconoce a esta Escuela, pues el Museo de Arte Moderno de Nueva York adquirió varias obras expuestas por sus alumnos; y revistas de arte norteamericanas hicieron pu­blicaciones sobre las características de este ins­tituto de alta cultura.
 Bajo unos árboles encontramos un carro­mato. Pronto nos explican su significado. Es el carromato que, al fin de los cursos, utilizan los alumnos para realizar una gira por las re­giones más apartadas del país, cumpliendo un plan de exposiciones y conferencias, y de estu­dio de nuestro paisaje argentino y de sus tipos autóctonos. Van bien provistos de pinturas y de yesos Esta escuela tiene la sustancia esencial: es­píritu. Así la fundó Ernesto de la Cárcova, en 1919, a imagen de la que existía en París, y así subsiste ahora, reviviendo, animada por nuestros jóvenes artistas.


Manuel Kirs

Revista Maribel 1943

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